
Ilustración Blanca Nieto
Hace un par de días volvió el enviado especial de Euronews en Haití. Contaba en la redacción que el trabajo había sido muy duro no sólo por las condiciones de la isla, sino también por la dificultad de relatar el caos, la destrucción, la muerte, la vida, la esperanza con un sólo equipo y un raquítico presupuesto.
Explicó algunas aventuras y desventuras en el ejercicio de esta profesión nuestra en un país que en 60 segundos había perdido lo poco que tenía. Lo poco que tenía o el 60% del PIB, como calcularon los señores reunidos en Canadá. Luego en Davos. Y luego en a saber dónde. Como si las miles de víctimas y el sufrimiento fuesen parte de un PIB cuantificable.
Contó también que las ONG se mueven por el país mejor que la ONU, que anda más bien despistada. Ahora, una vez en casa, las imágenes desfilan afiladas por su cabeza. Lo imagino como flashbacks de una película espeluznante. Pero entre todas las historias me sorprendió una anécdota. Después de tres días sin comer -cuenta- se acercó a una ONG donde estaban cocinando una gran cazuela de albóndigas. Les preguntó si le podían dar un poco de aquel guiso. La respuesta fue contundente: “Esto es para los que vienen aquí a salvar vidas”. Me dolió. No sé a él. No por la comida, claro. Sino porque esa frase te enfrenta a los fantasmas de la profesión. Otra vez, replantearte cuál es tu función en un lugar lleno de cadáveres y cámaras. Contar. Sí. “Esto es para los que vienen aquí a salvar vidas”. ¡A la prensa ni agua! Esto no sé si lo dijeron. Probablemente alguno lo pensó. Y nos guste o no, así es como ven muchos colectivos a los medios de comunicación. Muchas veces, aunque pese decirlo, con razón.
¿Por qué no soltar la cámara y el micro y ayudar a la gente? Siempre esa pregunta procedente del exterior y del interior. Y luego otra: ¿Por qué en el Nueva York del 11-S no vimos ni un cuerpo desgarrado y en Haití estas imágenes de cadáveres amontonados, aprisionados entre las ruinas? La respuesta es obvia pero cuesta reconocerla.
Susan Sontag en su libro “Ante el dolor de los demás” cuestiona hasta qué punto las imágenes son capaces de indignar, movilizar, conmovernos o volvernos completamente insensibles ante el dolor de los demás. Porque –que se sepa- no existe una correlación directa entre más imágenes y más capacidad de reflexión. De hecho, en la mayor parte de los casos la saturación de imágenes provoca insensibilidad. A pesar de que ahora la mayoría de los medios -sobre todo televisivos- apelen a los sentimientos, a las emociones para hipersensibilizarnos. Una curiosa forma de informar. Tal vez antes también lo hiciesen pero ahora la tecnología acentúa esa sensación.
Imágenes. Saturación. Insensibilidad. Imágenes. Solidaridad colectiva. Sobredosis de imágenes. Comunicación. Imágenes. Dinero. Enjambre de medios. Dinero. Gobiernos. Imágenes.
Es fácil ponerse de parte de unas víctimas que no tienen connotaciones políticas. En un desastre natural el 'enemigo' es común; el destino, la Tierra, el cambio climático, la deforestación. La realidad de las víctimas de algunas guerras cuesta más de asimilar. Detrás de ellas hay un enemigo político que tal vez no conviene molestar.
Imágenes. Saturación. Insensibilidad. Imágenes. Solidaridad colectiva. Sobredosis de imágenes. Comunicación. Imágenes. Dinero. Enjambre de medios. Dinero. Gobiernos. Imágenes.
De todas formas, ¿alguien le ha explicado al señor de la ONG que sin esa información- sí, a menudo poco acertada- la opinión pública no les daría ni un duro? ¿O se creen que las ONG escapan a esta pesada maquinaria y asfixiante lógica capitalista? Mientras dure la noticia habrá dinero. Mientras la noticia dé dinero seguirán las cámaras.