viernes, 20 de noviembre de 2009

FUNCIÓN O ESTÉTICA



Ya que no van a tener demasiadas funciones, al menos podrían cumplir la función estética. Pero ni eso.

lunes, 16 de noviembre de 2009

C’EST BIEN D’ÊTRE FRANÇAIS


La identidad nacional no es un concepto que se inocule como una vacuna, decía hace un par de días Le Monde a propósito del viejo debate reabierto ahora por el omnipresente presidente galo; el de la identidad nacional française. No sé si el objetivo último de Sarko es que los chavales canten la Marseillaise en las excursiones del colegio, que los adolescentes de la banlieu lleven camisetas con el mítico I love Paris o que todo hijo de vecino adopte esa costumbre tan francesa de transportar la baguette pegada al sobaquillo, pero parece que sus deseos se hacen realidad. Ayer, mientras paseaba por Lyon, la burbuja burguesa de la France, oí a un chaval decir con tanto orgullo como alivio: "C’est bien d’être Français!". Se lo decía a sus colegas de rasgos árabes mientras pasaban el rato en las escaleras de l'Opéra. Me perdí el contexto y el porqué de aquella sentencia. Pero, por un momento temí que la République efectivamente hubiese comenzado una campaña de inoculación de la identidad nacional.

viernes, 13 de noviembre de 2009

MIT DER SEELE ANDERSWO


Ilustración "Mujer flotante" de Blanca Nieto

- Was fühlt man?
- Wann?
- Wen man entscheidet so zu leben.
- Wie?
- Mit der Seele anderswo.


- ¿Qué siente uno?
- ¿Cuándo?
- Cuando decide vivir así.
- ¿Así cómo?
- Con el alma en otra parte.

José Manuel Mora. "Mit der Seele anderswo".

lunes, 9 de noviembre de 2009

OTROS MUROS



Fueron 47 kilómetros de hormigón armado. 28 años de división. Fue un Muro de Protección Antifascista, para unos. Un Muro de la Vergüenza y una prisión gigante erigida por los gobiernos comunistas, para otros. Fue un muro de contención ideológica. Fue la evidencia palpable de la existencia del Telón de Acero, de la Guerra Fría, de dos ideologías, de dos mundos enfrentados.

El 9 de noviembre de 1989 cayó el símbolo de una era. Cambió la Historia. Pero la historia de los murallas siguió siendo la misma. Algunos de los que hoy rememoran esta fecha como un gran día para la libertad siguen levantando barreras y prisiones gigantes en nombre de una ideología, de una religión, de la paz, de la guerra o de la seguridad. Levantar un muro significa el fin del diálogo. Significa tapiar el último resquicio de entendimiento. Erigir una valla es el inicio de una nueva guerra. Es una humillación para el que no puede atravesarla y un acto de desprecio por parte del que la construye.

Para el filósofo búlgaro Tzvetan Todorov, el de Berlín fue un muro "raro" porque no servía para proteger un país sino para evitar que los ciudadanos huyesen al extranjero. Raro porque la mayoría de las vallas actuales se erigen para todo lo contrario, para evitar que los extranjeros entren en un país. "Los muros de hoy son la reacción de los ricos frente a las consecuencias que tiene la globalización sobre los pobres”.

Hoy, 20 años después de la caída del Muro de Berlín, siguen existiendo fronteras fortificadas, muros de hormigón, barreras de alambre, vallas electrificadas e, incluso, murallas virtuales. Son muros de contención de la pobreza. Muros de seguridad. Muros que quedan como cicatriz de una guerra. Unos 20 muros en todo el mundo siguen separando pueblos y territorios; Cisjordania, Ceuta y Melilla, México, Corea del Norte y del Sur, Arabia Saudí, Kuwait e Irak, Sáhara Occidental, Chipre, Bostwana y Zimbaue, India y Pakistán, Cachemira, India y Bangladesh, Irán y Pakistán, Uzbekistán, Tailandia y Malasia, Bagdad, Brunei, Gaza y Egipto, Rio de Janeiro…
Y muchos otros. Los muros invisibles.

jueves, 5 de noviembre de 2009

BARNALAND PARK

Foto gentileza de Miquel Baidal que se acordó de mi "turismofobia" mientras paseaba por el Gótico

Debo asumirlo cuanto antes. Vivo en el corazón de un parque temático. Vivo como Mickey Mouse en el castillo de Disneyland pero sin cobrar, sin mansión y sin fuegos artificiales. Vivo rodeada de tiendas de souvenirs repletas de cosas tan útiles como sevillanas con la camiseta del Barça o jarrones en forma de la Sagrada Familia. Vivo rodeada de restaurantes con cocineros paellicidas, tapas momificadas y sangrías radiactivas a precio de riñón. Vivo rodeada de Irish pubs, uno por cada 8 habitantes, con acceso restringido a los autóctonos. Vivo rodeada de negocios clónicos que se comen a los comercios de barrio. Y, por supuesto, vivo rodeada de hordas de turistas. Sólo un pequeño detalle: a diferencia de los parques temáticos, en Barnaland no hay baños cada 25 metros. Así que vivo en un parque temático meado. Menos mal que no es de cartón piedra.

Por las calles deambulan turistas de todo tipo y pelaje, nacionalidad y coeficiente intelectual. La mayoría, a juzgar por los hechos, viene a liberarse de las horrorosas represiones que sufren en sus países. Por eso aprovechan las vacaciones para comerse la noche, y lo que se tercie, beberse hasta el agua de los floreros, vociferar hasta quedarse sin voz, mear en las calles, arrasar con el mobiliario urbano y con su dignidad, entre otras cosas.

Otros vienen en son de paz. Vienen a estrenar sus cámaras de vídeo -aunque la mayoría se vuelva sin ellas-, a saciar sus irrefrenables arrebatos consumistas, a lucir sus tatuajes y piercings en la Barceloneta, a celebrar despedidas de soltera low cost y actividades por el estilo. Últimamente, también vienen a ver la Sagrada Familia, por aquello de las obras del AVE. Saben que cualquier día puede ser el último.

Otros vienen por decir que han estado, porque, a pesar de la buena señalización del parque temático y de los cinco kilos de guías y mapas que llevan a cuestas, algunos no saben ni dónde están. El otro día en Plaza de Catalunya una pobre francesa completamente desnortada preguntaba al resto del rebaño: On est dans quelle ville? Y no me extraña. Si es que los sacan de los cruceros medio atontaos de jugar al paddle en alta mar, les estampan una pegatina con un número, como a un jamón envasado al vacío, y una señorita, que probablemente nunca haya pisado Barcelona, los teledirige Rambla arriba. En qué ciudad estén es lo de menos. Cuando vuelvan a sus hogares enseñarán las toneladas de fotos, las mil horas de vídeo y dirán de carrerilla con aire interesante que han estado en Mónaco, Barcelona, Atenas, Roma y Dubrovnik.

Y mientras este tipo de humanos prolifera en las calles de Barcelona, yo me pregunto qué pintamos nosotros en medio de una ciudad hecha a medida para el turista a nuestra costa. Si el respetable Señor Hereu quiere que nos vayamos para que los visitantes puedan pasear a sus anchas y tengan más pisos para alojarse que lo diga. Sobre todo que lo diga antes de que nos obligue a ir a la compra bailando una sardana cual Mickey Mouse con barretina.