jueves, 22 de octubre de 2009

EN CASA DEL HERRERO...

Los periodistas estamos como los herreros cuando dejó de existir la caballería. Con este magnífico y lapidario paralelismo resumió el otro día un compañero de trabajo la crisis del oficio más antiguo del mundo, el periodismo. Probablemente tan antiguo como el que conocemos por el más antiguo, sobretodo con la misma mala vida y con la misma necesidad de prostituir la materia prima a cambio del dinero de los que manejan el cotarro. Ahora, a diferencia de antaño, no es que la caballería, es decir, la información vaya a dejar de existir, pero tal vez los herreros de la tinta y el papel muramos por una sobredosis de información gratuita y dudosa.

viernes, 9 de octubre de 2009

UNA DIGRESIÓN

¡Veo que no has cambiado!- le grité con retintín desde la acera de enfrente del bar donde habíamos quedado. ¿Por qué iba a cambiar ahora si no lo había hecho en años? Como de costumbre, llegaba tarde. No cinco o diez minutos. No. Media hora. Supongo que si hubiera cambiado en los tres meses que llevábamos separados me hubiese preocupado. Había decidido esperarlo en medio de la calle con todo el frío de diciembre, mucho más frío que otros, y mi gorro parisino. Pensé que si me encontraba en el bar tomando una caña daría la impresión de que aquella media hora de espera no había sido tan grave. Y, en realidad, no lo había sido pero odiaba aquella incapacidad suya de llegar a la hora prevista. Una horrible costumbre que siempre lograba suplir con una gran inventiva para las excusas y su gran sentido del humor. En aquella media hora había aprovechado para visitar nuestro ex barrio. Nuestra ex casa. Nuestro ex bar de cabecera. El bar donde nos habíamos conocido 15 años atrás. Ahora era rojo y había cambiado de dueños. Como nosotros.

viernes, 2 de octubre de 2009

ANA SAHAFIYA

Rachid es de Palestina. De Ramala. Abdel es del Golfo. De Bahrein. Los dos son árabes. No sé si musulmanes. Beben cerveza. Para eso quedamos ayer, para beber unas cervezas después del trabajo. Yo quería dar mi primera clase de árabe con Rachid que había sido profesor en Palestina. Aprendí algunas cosas: Ana Cristina. Ana sahafiya. Ana motarjema. Ana omre wahed wa thalathen. Ana bide bira. Luego entre “bira” y “bira”, y después de hablar de otras muchas cosas, empezamos a hablar del conflicto palestino. Luego empezaron a hablar del conflicto palestino y yo a escuchar. Y luego empezó a tensarse la conversación. Los sentimientos. De repente sentí que no entendía nada y ellos seguían hablando en inglés, aunque probablemente les hubiese gustado cambiar al árabe para explayarse. Rachid reprochaba a los árabes que no les echasen una mano. Se sentía abandonado por sus hermanos. No sólo por sus gobiernos, también por la población. Habló del conflicto palestino como una especie de estrategia de marketing y de bandera justiciera que ondean algunos líderes árabes contra sus enemigos y que utilizan para rellenar sus discursos llenos de palabrería y promesas inútiles. Ellos, los palestinos, sufren las consecuencias reales que se esconden detrás de la palabrería. Esto no lo dijo, pero yo lo pensé. No había victimismo en sus palabras. Sólo un firme reproche y un poco de pesimismo. Echaba en cara a su hermano del Golfo que los árabes estuviesen con los brazos cruzados contando sus reservas petroleras sin hacer nada y que a sus gobiernos se les llenase la boca al hablar de la causa palestina al tiempo que expulsaban de sus fronteras a los palestinos sin tierra under security grounds. Abdel se ofendió. Creo. No podía culpar a todos los árabes así sin más, dijo. ¿Qué podría hacer yo como individuo por los palestinos?, preguntó. Si a estas alturas tú no lo sabes, no seré yo quien te lo diga. Cada uno encuentra su forma, fue la respuesta. Como periodista creo que Abdel lo intenta, porque él, como muchos árabes, siente que también es su lucha. Rachid, sin embargo, siente que la lucha no es común. Me sorprendió que ni Israel ni Estados Unidos ni Occidente aparecieran en la conversación. Extraño cuando se habla de Palestina. Me sorprendió también que después de esa dura conversación se fuesen juntos a tomar la última “bira”.